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Las Cartas de Shamballa

VOLUMEN 20, Número 15                                                                                                   Abril 9, 2001

 

Amados chelas: 

Con demasiada frecuencia escucho decir a los estudiantes: “Yo nunca cierro mi auto porque mis ángeles no permiten que nada suceda” o “Yo no me preocupo por la seguridad de mi casa, está protegida por mis ángeles” o aún peor: “Mis efectos personales están seguros miemtras me doy una zambullida en el lago”. En tales situaciones Yo no creo que tales individuos estén plenamente concientes de las consecuencias que ellos pueden estar poniendo en movimiento dentro de sus experiencias de vida simplemente porque ellos no entienden totalmente los divinos principios involucrados. 

A través de comentarios y acciones tales como las arriba mencionadas, conciente o inconcientemente, en alguna forma u otra los individuos que hablan de esa manera están realmente probando la validez de la verdad que han descubierto. También con mayor frecuencia que menos, están probando a Dios para ver cuánto son amados y apoyados. 

Amados seres, cuando llegan a este punto del sendero en la evolución espiritual, uno de los principios más importantes que ya deben haber incorporado en su vida, es el hecho de que entienden la sacralidad de la Santa Energía de Dios y con lo mejor de vuestra hablidad deben tomar plena responsabilidad por lo que les sucede en la vida. 

Este principio se puede aplicar fácilmente a la maravillosa historia de niños: “El muchacho que gritaba: ¡el lobo!” Si recuerdan, la tarea diaria del joven muchacho era cuidar un rebaño de ovejas. Preocupado porque él sólo sería incapaz de protegerlas, le dijeron que si un lobo se acercaba que gritara: ¡El lobo! ¡El lobo! ¡El Lobo!, y la ayuda llegaría rápidamente. El muchacho aún probó a los hombres de su villa para ver si ellos realmente escuchaban su llamado y cuánto tiempo les tomaba llegar hasta él. 

Sin embargo este joven muchacho continuó por largo tiempo gritando ¡El lobo!, no obstante haber comprobado que alguien vendría a rescatarlo. Una y otra y otra vez más él pidió ayuda. Y una y otra y otra vez los aldeanos dejaron todo lo que estaban haciendo para ir a espantar al lobo descubriendo que no había una real necesidad o inmediato peligro. Finalmente llegó el día en que realmente vino el lobo y atacó al rebaño, matando a varias de las mejores y valiosas ovejas. ¿Saben qué sucedió entonces? Los aldeanos estaban tan cansados de ir en ayuda de alguien que era incapaz de percibir la sacralidad del maravilloso regalo de protección, que cuando realmente hubo una razón para que los llamaran por asistencia, no fueron. 

¡Tomen tiempo para ponderar bien mi enseñanza, amados seres! Es mi esperanza que alcancen un más alto e importante entendimiento referente al regalo de protección. Yo continuaré tratando esto la próxima semana. 

Kuthumi

 

 

 

 

 

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